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Índice de temas religiosos
Estamos en "los tiempos finales" (enlace)

Que es el amor

Si no sabemos clara, exactamente, lo que es el amor, mal podemos amar ("Le he comprado todo lo que quería, ¿qué mas quiere?").

El amor, es querer, tener la voluntad, de tratar a todos (nosotros y enemigos incluidos) como lo haría Jesucristo.

El amor (inteligente) es la materialización de Dios en la Tierra.

No es un sentimiento

Es querer el bien para otro, es un acto de la voluntad: "yo quiero a María". Que luego se produzcan sensaciones corporales (¡sutiles!) o no, eso es otra cosa.

Las sensaciones corporales más intensas son sensualidad (recuerdo o deseo de sensaciones placenteras) o sexualidad (hormonas corriendo por el cuerpo), pero nada de esto tiene que ver con el amor, tiene que ver con la biología, con nuestra parte animal, no específicamente humana.

Qué es el bien

El bien es lo que nos ayuda a cumplir con nuestra misión en la vida (ir al cielo con el mayor número de méritos ganados en la Tierra). Todo lo que nos retrase, desvíe, de ese camino, sirve al mal. (Más sobre qué es el bien en este otro artículo).

Amar inteligentemente

El amor, como cualquier acto humano, puede ser ejecutado mejor o peor, con menor o mayor torpeza: no basta la buena voluntad, la buena intención. Para amar bien hay que saber: hay que conocer al otro, sus circunstancias. Los refranes también lo dicen: "hay amores que matan", "el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones",...

Un amor mal informado, torpe, puede hacernos intentar cosas imposibles.

Un amor mal dirigido, dirigido a una criatura en vez de a Dios es la definición de pecado: querer más a nuestra esposa, hijos, patria, que a Dios. Querernos más a nosotros que a Dios es el orgullo, la soberbia.

Amar, a veces, es dar con un palo

Y a veces, es decir "no" (poner un límite: "hasta aquí"):

Si un vecino nos dice: "¿puedes alquilar un auto de lujo con chófer y llevarme a la ciudad, por favor?"
Amablemente podemos contestarle: "De aquí a un rato salgo para allá con mi auto, si quieres estaré encantado de que me acompañes".

Amar es tener la mejor intención para con todos, actuar como hubiera actuado Jesucristo en nuestra situación. ¿Jesucristo hubiera alquilado el auto de lujo? Parece que no. (Ojo, salvedades).

Amar, a veces, es hacer guerra santa, como Hernán Cortés acabando con la idolatría y los sacrificios humanos en México o las cruzadas.

Amar conlleva siempre dolor

Cuando amamos a otra persona (o incluso a algo material: nuestro auto), siempre hay algo de dolor. Porque lo amado siempre muestra alguna resistencia, alguna inercia a cambiar de estado. Si amamos nuestro auto y queremos mantenerlo limpísimo, eso nos lleva trabajo, esfuerzo, dolor. Si amamos a nuestro hijo también habrá dolor porque se resistirá a ser amado todo lo que queremos o de la forma que queremos. O porque amando hemos de poner límites, que son dolorosos de establecer, de ejecutar.

El dolor es inherente a la vida (como consecuencia del Pecado Original), y las "soluciones" contra el dolor lo que hacen es que dejemos de vivir y de amar ("tome esta pastillita").

Amar es obligatorio y nos lo exige Dios, la forma, no

Como hemos visto antes, una cosa es amar y otra exteriorizarlo de una forma u otra. Cada uno es libre (y responsable) de exteriorizar su amor como crea conveniente, "como Dios le de a entender". A veces puede ser castigar (como la obligación de los padres con sus hijos desobedientes), otras veces la pausa en la relación, etc.

Excepto que alguien con autoridad sobre nosotros nos lo mande, como el padre que le manda a su hijo que de un beso a su abuela.

Nadie puede exigir a otro, sobre el que no tiene autoridad, a hacer las cosas de una manera u otra.

No es evidente darnos cuenta de cuanto amamos

Tenemos dos facultades en el alma: la inteligencia y la voluntad (de la que sale el amor). Si no desarrollamos la inteligencia, rápido despabilamos por los palos que recibimos: rápido aprendemos lo que es el TIR, TAE, Euribor,...

Pero no pasa lo mismo con el amor. La vida material no nos exige amor como nos exige inteligencia. En los trabajos nos exigen resultados para los que frecuentemente hemos de usar principalmente la inteligencia. Y la inteligencia se mide materialmente: en exámenes, en un "Coeficiente Intelectual", el amor no. Y así nos va.

En la escuela, los niños desarrollan su inteligencia, pero nadie les enseña lo que es el amor. El amor lo aprenden, con suerte, si ven a sus padres actuar así. Y quizá de mayores no sepan definirlo precisamente con palabras pero saben cuando hay un amor puro y cuándo está teñido, contaminado, ensuciado, por intereses.

Ciertas situaciones personales (psicopatía, orgullo, miedo), impiden totalmente amar. En un caso porque se rehuye la relación íntima "corazón a corazón" por alguna experiencia traumática anterior, o porque se es incapaz de salir del propio mundo, de los propios intereses, en el otro. En el tercer caso (el miedo), se rehuye la relación intensa por un miedo exagerado que nace, en última instancia (como todos los pecados), del orgullo. ("Quien mucho teme, poco ama").

Material e inmaterial

Recordemos que tanto es pecado el desamor de pensamiento como el de palabra o hechos.

No amar ya es pecado

Porque nos lo manda explícitamente el cuarto mandamiento (amar a nuestros padres), y el onceavo: "amaos los unos a los otros como Yo os he amado".

Imposible amar sin antes perdonar

Es imposible amar completamente a alguien y, al mismo tiempo, tener rencor de algo, no haberle perdonado algo. Es imprescindible perdonar a todos, todo, al instante, como se explica en este otro artículo. Perdonar en nuestro corazón, luego externamente ya veremos lo que conviene hacer.

El amor (estrictamente hablando, puro, sin mezcla de otras cosas)

Sin esperar nada a cambio. Recibimos de Dios amor y sólo amor, puro. Como el calor que el sol nos envía desinteresadamente.

Estamos aquí para imitar a Cristo, cada uno desde su puesto de combate (ferroviario, ama de casa o estudiante,...).

Sin mezcla de impulsos corporales: de los instintos de macho / hembra buscando con quien aparearse (pero que no quiere decir que casarse sea pecado).

Sin mezcla de nuestros intereses mundanos: Por ejemplo, amar a alguien de quien esperamos conseguir algo. Debemos amarla independientemente de lo que la necesitemos.

Sin mezcla de interés en mejorar nuestra imagen (orgullo): Todas las cosas buenas que hacemos a los demás por interés propio, por orgullo,... esas obras no nos benefician (I Cor 13,3). Un ejemplo es el "buenismo", en seguir nuestro 'ego bueno', orgullo, y hacer las cosas porque así 'participo en hacer un mundo mejor', porque así 'yo soy una buena persona', (alimento mi orgullo).

Sin usarlo para ocultarnos alguno de nuestros pecados: Si amo al otro para acallar mi remordimiento de conciencia, para sentirme yo superior al otro, para creerme que "aporto un granito de arena al bien de la Humanidad".

Sin usarlo para compensar alguna de nuestras carencias: Pretender amar a otro sin tener nosotros "la casa limpia", sin estar nosotros libres de necesidades, es correr el gran riesgo de usar al otro para sentirnos bien.

Con locura: Amar con locura pero no a ciegas. El amor es ciego pero no tonto, ni sordo a los buenos consejos, como se muestra en "el cuento de los sentimientos jugando al escondite".

Sin pretender que tome una forma predeterminada: Ni todos los besos son de amor (como el de Judas), ni todos los palos de odio (como el que da un padre a su hijo desobediente y que le duelen más a él que a su hijo). Amar a toda la gente es un acto bueno en sí. Querer que ese amor tenga una forma concreta, pase por un sitio concreto (encontrar yo mujer morena de 1,6 m de estatura, 60 kilos), eso ya no es amor puro.

Sin condiciones: El amor no es un "yo te amo si tu me amas" (o "yo no te amo porque tu no me amas"). El amor es un "yo te amo aunque tu no me ames".

Obligaciones diarias de amar

Tenemos un mandamiento específico para con los padres, y además, siempre la Iglesia ha recomendado empezar a amar por los cercanos y luego seguir con los lejanos (no dejar de amar los cercanos por amar los lejanos).

Tenemos el mandamiento de amar hasta nuestros enemigos. Pero por el medio se queda mucha gente que no son ni lo uno ni lo otro. De estos tratamos también en un subapartado.

Amar a los padres

La biología obliga a las mujeres a gestar a sus hijos, y las induce a amamantarles. Además, los matrimonios tienen hijos por su propia voluntad. Ello les lleva a tener la tendencia a amarlos (pues son obra suya). En cambio la biología no nos induce a cuidar de nuestros padres, y los tuvimos sin elegirlos por nuestra voluntad. Es decir, tenemos una tendencia natural a querer más a nuestros hijos que a nuestros padres.

Y es más, desde la pubertad tenemos el instinto biológico de ver a nuestros padres como nuestros competidores. Por eso los animales macho, en cuanto llegan a la pubertad empiezan a competir con el jefe de la manada, buscando un territorio, unas hembras propias. Si no superamos nuestros instintos animales, si nos dejamos llevar consciente o insconscientemente por ellos... (si no hacemos caso al 4º mandamiento,...)

De pequeñitos no vemos ningún defecto en nuestros padres, para nosotros son Dios, pues de ellos recibimos todo, y como no tenemos uso de razón, no pensamos, sólo imitamos.

A medida que vamos creciendo vamos viéndoles carencias, limitaciones, defectos (“el papá del vecino tiene un auto más grande que el nuestro”), pero como tenemos muy poco poder, pues hemos de aguantarnos.

Cuando pasamos a ser adultos es otro paso más en nuestro desarrollo, y como tal, es un incremento de nuestro poder. Cada vez más vemos los defectos de nuestros padres y empezamos a ver las consecuencias que nosotros pagamos (“Si en vez de enviarme a clases de inglés me hubierais enviado a clases de chino, ahora podría obtener ese trabajo tan bueno”). Ello se agrava por que la sociedad anti-Dios actual dificulta, retrasa, la actividad social de los nuevos adultos (la vida cada día es más cara, etc.) (y dificulta la educación cristiana de los hijos, que puede desanimar a los futuros matrimonios). Ello provoca la existencia de los “adolescentes”: personas adultas físicamente pero limitadas para obrar socialmente. Evidentemente el estado anti-Dios fomenta esto, porque cuantas más anomalías en el desarrollo y, por tanto, más tensiones internas tenga la persona, menos se acordará de Dios. Hay mucha gente que se queda en estado adolescente mental en relación a sus padres, en el estado “Yo estoy mal, tú estás mal”, y no llegan a darse cuenta que sus padres les amaron mejor o peor, pero que no corresponde a los hijos juzgarles (sólo a Dios). Pierden el llegar al estado “Yo estoy bien, tú estás bien”, al amor completo, a aceptarles y amarles con sus cualidades y defectos, y se quedan en el “amor” instrumental (“te quiero porque me das de comer”). ¡Podres hijos que no han descubierto el amor!, ¿cómo lo van a practicar en el matrimonio?, ¿qué ejemplo van a dar a sus hijos?

Nuestros padres (probablemente) son los que más nos han beneficiado y los que más nos han perjudicado (no va a ser “el vecino del quinto piso”) (es con ellos con los que hemos convivido en nuestra etapa más vulnerable de nuestra vida).

Dados los hechos anteriores, Dios nos manda, por el cuarto mandamiento, amar a nuestros padres, porque no es nuestra tendencia natural, tanto porque naturalmente queremos más a nuestros hijos y olvidamos a los padres como porque al desarrollarnos podemos empezar viendo lo negativo y además odiándoles por ello.

Al ser una ley de Dios es muy grave incumplirla, y el Evangelio promete la felicidad ya en esta vida al que la cumple y lo contrario al que no: “Honra a tu padre y a tu madre para que seáis felices y tengáis larga vida sobre la tierra” (Ef. 6,2; Dt. 5,16; Ex 20, 12).

Los 10 mandamientos de la ley de Dios tienen dos partes: los 3 primeros que son los deberes para con Dios (por eso son los primeros), y luego, los otros 7, los deberes para con los demás. El primer deber para con los demás es amar a los padres (¡incluso por delante del 5º, que es no matar!). Cuando Dios nos lo puso el primero es: porque tenemos tendencia a no amarles, y porque es lo más importante que tenemos que hacer con el resto de personas en este mundo: por lo primero que hemos de empezar. Además, nos lo ha dicho siempre nuestra santa madre Iglesia: primero hay que empezar amando a los más cercanos.

Y recordemos que, el día del juicio, cada juicio es individual: los pecados de los demás no aligeran los míos. A uno insulta a otro y éste le da una torta, al primero le juzgarán por insultar y al segundo por agredirle al primero (con los atenuantes y eximentes que Dios vea).

Amar a todos con quien nos cruzamos

Hemos de amar a todos con quien nos cruzamos, no sólo a los que nos parecen simpáticos por lo que sea, sino también a los que "no vemos", porque no tenemos un trato repetitivo con ellos y les tratamos con la misma frialdad con que tratamos con el cajero automático. Y especialmente a los que nos producen sensaciones desagradables por lo diferente que son a nosotros o contrarios a nuestras ideas o gustos. Si nos creemos "más" que el más repugnante que veamos, pues eso es simplemente nuestro orgullo en acción. Cuanta más gente consideramos "inferior" alrededor nuestro, pues más orgullo tenemos.

Ciertamente que no somos iguales en autoridad, en altura, en un montón de características no esenciales, pero en lo esencial, todos somos criaturas de Dios, amados por Dios, y que veremos el día del juicio si todos esos a quien despreciamos no nos pasan delante en el cielo, porque no conocemos su interior: cómo les ve Dios.

Amar a Dios sobre todas las cosas

Porque igual, un día, (Dios no lo quiera), tendremos que aceptar saber que nuestros amadísimos madres se condenaron. Y sólo podremos hacerlo con la fuerza que nos de un amor a Dios por encima del amor a nuestros padres. Ídem con nuestros hijos, con nuestra mujer, marido, hermanos,...

O amamos o no amamos

(Sin olvidar que amar no quiere decir dar besos)

Es decir: con cada una de las personas con las que nos cruzamos cada día, sólo tenemos dos opciones:

  1. amarles: tratarles como Hijos de Dios (si bautizados y en gracia) o como almas preciosas que debemos ayudar a salvarse (si ni siquiera están bautizados).

  2. no amarles: tratarles como tratamos con un cajero automático o una máquina expendedora de bebidas, sin mirarles a los ojos, sin sonreírles,...

Ciertamente, que una azafata en una feria repartiendo miles de folletos puede dedicar una atención mucho menor a cada visitante que una vendedora de patatas a sus clientes.

Cómo funciona esto del amar

La gracia incita a nuestra voluntad a amar y le da fuerzas para ello (nosotros solos no hacemos nada bueno).

El hombre, dice San Agustín, se hace lo que ama: «Si amas la tierra, eres tierra; pero si amas a Dios ¿qué diré, sino que eres Dios?»

Es normal que cuando somos bebés o niños nos comportemos egoístamente, pues todavía ni conocemos más ni podemos hacer nada.

La Caridad es beneficiar a nuestro enemigo (pasando por el amor a los familiares y amigos). Evidentemente, no beneficiarle para facilitarle que peque más, sino beneficiarle de forma que le acerque más a Dios. El amor a familiares era lo que se pedía en el Antiguo Testamento. En el Nuevo Testamento, ahora, lo que Cristo nos pide es llegar a "amar a nuestros enemigos")

Todos recomiendan empezar a amar a los que tenemos más cerca.

Es extender nuestro amor más allá de lo que yo creo que me beneficia. (Si sólo pensamos en los demás calculando cómo podemos utilizarlos, nunca en su bien independiente del nuestro... pues no amamos a nadie).

Cuando practicamos la caridad, amamos, descubrimos que:

Amar a los enemigos sólo se consigue por una gracia sobrenatural (que podemos pedir rezando), inicialmente mucho hacemos con no caer en la tentación de odiarles, con no dar cuerda a la reacción de odio.

El amor es la base de toda creación: procreación (de hijos), creación de algo, de un proyecto; porque muchas veces los proyectos o cualquier cosa que hagamos requiere la colaboración de varias personas: si somos escultores, necesitamos un buen proveedor de mármol. El amor entre la gente facilita la colaboración.

Y los que crean solos necesitan el amor a otro (a Dios) para crear. Por eso las religiosas hablan de Jesucristo como su "esposo", o los creyentes dicen que su alma es la esposa de Dios.



Acabo de publicar unos libros muy interesantes sobre el cielo y el ángel de la guarda, de sacerdotes de principios del siglo XX. Tienen reseñas de los mismos en esta página de mi otra web

Rezar el Rosario (mejor en latín) es el principal recurso que nos queda.

Estas páginas son apuntes que pueden contener errores de un servidor y se van mejorando con el tiempo y la gracia de Dios.

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